“A QUIEN PERDONÉIS LOS PECADOS ...”
Huele a perdón. Sí, Jesús. En este conjunto escultórico del retablo de la iglesia Santa María Goretti “hueles” a perdón. Estás vivo por el arte de la gubia del piadoso escultor, miras y provocas la escena esculpida. En el aroma de los dos lirios, el de la virginidad y el de la gracia, que la joven Marietta frece al agresor arrepentido, va el perfume de tu perdón.
El olfato es el único de los cinco sentidos que no participó en el pecado de los orígenes, tiene su propia nobleza al servicio del alma. Por eso tú, Jesús, abundas “en el amor del Señor” (Is 11, 3). El olfato no se ve, pero se siente. Es como tu Espíritu. Marca un papel fundamental en la esfera afectiva y emocional. Y siempre en referencia a la mujer.
En el jardín encantado del Cantar de los Cantares, la Amada está en un campo de lirios inhalando aromas de nardo y áloe que le ofrece su Amado. En el libro del Eclesiástico oímos hablar a la Sabiduría personificada, que construye el santuario con aromas de toda especie (Eclo 24, 15). En Betania, María, la hermana de Marta, rocía tus pies, Jesús, con una libra de olor a nardo auténtico. En la casa de Simón, el fariseo, otra mujer unge, Jesús, con perfume especial en agradecimiento.
Te veo, Cristo, como lirio del valle del dolor, entre cardos, regado con lágrimas de los hijos de Adán, y convertido en blanco lirio que recoges el rocío del cielo y nos lo escancias en perfumes de perdón. Cristo resucitado, te proclamo como rosa perfumada, flor de la nueva creación, con cinco pétalos - llagas escondidas en el pecho - que forman el oloroso cáliz de tu henchido corazón que destila el aroma del amor. ¡Aleluya!
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