EL CRUCIFIJO
T U S O J O S
Hundo mi mirada en ti, Cristo mío, y veo tus ojos - velados - entre la celosía de tu melena, como palomas cándidas esperando a tu Padre. No hay aquí los torpes deseos del que acusa a su prójimo, o del que viendo la paja en el ojo ajeno no ve la viga en el propio, o del que busca en ti no al Redentor sino al Juez. Veo en tus ojos, Jesús, perlas de fuego que se estremecen y tiemblan y que, a través de tus párpados, contemplan con mirada dulce el verdor de la tierra que dio la sangre a tus venas.
Más aún, veo esos tus ojos iluminando los rincones de mi corazón; ojos tuyos de amor que, para mí, son azules, como el cielo azul, sencillos, claros y castos, y los llamo “luces de tu cuerpo”, porque sus niñas te brillan con el fulgor divino de tu amor.
Contemplo, además, el velo blanco de tus párpados caídos - alas de esas palomas que vuelan siempre hacia su nido celestial - ; sellan tu mirar con sello de sangre y perdonan con solo mirar. Te aplaudo, Jesús, con las dos manos y te alabo la bondad de tu amorosa mirada a Pedro, quien - arrepentido y perdonado - llora su culpa, al ver tus ojos, hartos de perdón.
Mis ojos, Señor, no se cansan de mirar los tuyos y contemplarte en los de mis hermanos, ni mi corazón de penetrar en el tuyo y en el de los más vulnerables. Del deseo de ser alabado, líbrame, Señor.
P. Félix Ramos, CP.