Cuaresma 6

EL CRUCIFIJO

INDICE DE TU DIESTRA



Hoy pongo los ojos en el dedo índice de tu mano derecha, Cristo, porque tú eres el dedo creador de de la diestra de Dios tu Padre. Ya reconoció la Biblia en el pasado tu presencia y acción, cuando dice en el Antiguo Testamento: “El dedo de Dios está aquí” (Dt 8, 15). Y yo te denomino en el Nuevo Testamento como dedo:

* escribiente, porque tú, - agachándote - , escribiste en tierra con tu dedo ¡tú eres la Palabra! sin tinta ni pluma… (Jn 8, 6-8).

* sanador, porque tú, al toque suave de los párpados del ciego, este quedó curado… (Mc 8, 23).

* exorcista, porque en tu humildad con el dedo de Dios expulsaste a los espíritus inmundos… (Mc 1, 27-28.

* perdonador, porque, a tu indicación, la adúltera se fue con los brazos cruzados sobre el pecho como guardando en él la prenda de tu perdón, cual madre apechugando al hijo recién nacido (Jn 8, 11).

* liberador, porque me presenta, desde el estandarte de tu cruz, lo que está escrito en el libro eterno de la vida …: liberación.


Me quedo contemplando la lección de la conciencia que tu dedo me traza, lección de tu libro abierto, que es la cruz, escrito por dentro y por fuera: humildad. Y HOY te sello mi compromiso: “Mi nueva existencia escribirá, sobre la tierra que piso, la lección del perdón que me dejas”.

P. Félix Ramos, CP.
 







 

Cuaresma 5

EL CRUCIFIJO

T U S   M A N O S



Hoy me fijo en tus manos, Jesús; son esa parte de tus brazos que va de la muñeca hasta la extremidad de los dedos; manos cosidas a la cruz. Las veo como ramas fecundas de un árbol, hartas de frutos abundantes. Son:

* las que abrieron los oídos a los sordos…

* las que levantaron a la hija de Jairo…

* las que acariciaron, en toque de amor, a los niños…

* las que repartieron el pan de tu cuerpo al despedirte …

 
Me fijo detenidamente en ellas y veo que son como fuentes que manan sangre que cae sobre:

* los ojos de los que ven …

* los oídos de los que oyen …

* los cabellos de los niños …

* llueven sangre de roja y caliente a tierra, 
y se alzan a tu Padre pidiendo perdón …


¿Cuál es la llave de fuerza que las abre? ¿Dónde está el origen secreto de vida que las fecunda? ¡Ah, sí! El amor de tu pasión y muerte. ¡Gracias Jesús! Su memoria es “remedio de todos los males” (sordera, parálisis, caos, etc.). “Causa de todos los bienes” (vista, oído, salud, etc.). ¡Gracias Jesús por tus manos sanadoras!

P. Félix Ramos, CP.
 

 

 

Cuaresma 4

 EL CRUCIFIJO

T U S  O J O S

 

 Hundo mi mirada en ti, Cristo mío, y veo tus ojos - velados - entre la celosía de tu melena, como palomas cándidas esperando a tu Padre. No hay aquí los torpes deseos del que acusa a su prójimo, o del que viendo la paja en el ojo ajeno no ve la viga en el propio, o del que busca en ti no al Redentor sino al Juez. Veo en tus ojos, Jesús, perlas de fuego que se estremecen y tiemblan y que, a través de tus párpados, contemplan con mirada dulce el verdor de la tierra que dio la sangre a tus venas.

Más aún, veo esos tus ojos iluminando los rincones de mi corazón; ojos tuyos de amor que, para mí, son azules, como el cielo azul, sencillos, claros y castos, y los llamo “luces de tu cuerpo”, porque sus niñas te brillan con el fulgor divino de tu amor.

Contemplo, además, el velo blanco de tus párpados caídos - alas de esas palomas que vuelan siempre hacia su nido celestial - ; sellan tu mirar con sello de sangre y perdonan con solo mirar. Te aplaudo, Jesús, con las dos manos y te alabo la bondad de tu amorosa mirada a Pedro, quien - arrepentido y perdonado - llora su culpa, al ver tus ojos, hartos de perdón.

Mis ojos, Señor, no se cansan de mirar los tuyos y contemplarte en los de mis hermanos, ni mi corazón de penetrar en el tuyo y en el de los más vulnerables. Del deseo de ser alabado, líbrame, Señor.

P. Félix Ramos, CP.

 


 

Cuaresma 3

 EL CRUCIFIJO
TU CABEZA


Muevo los ojos y los detengo en tu cabeza, Jesús. Es la parte superior de tu ser. La doblas, Jesús, sobre tu pecho, como una azucena ajada por el sol sobre su tallo: el peso de la ciencia del mal dobla tu frente. Veo tu rostro, Cristo, como oculto y despreciado con la vergüenza del linaje humano.

Aunque te veo dormido de dolor y sufriendo todo el pesar del mundo, te tuteo con todos los casos de la segunda persona de singular. Sólo tú conoces el mal en sus raíces; a ti te pesa, pues te lo apropias. Con tu visión de amor nada se te escapa, te vistes de pecado y, al perdonar al hombre, no te perdonas a ti mismo, el único sin pecado; tomaste sobre ti la triste ciencia amarga del bien y del mal y poblaste el cielo de almas que arrancaste al mundo, ladrón de energías.

Así, humillado y degradado, eres “el más hermoso de los hombres” (Sal 45, 3) como cuando Pedro vio tu rostro resplandeciente en el Tabor. Tu rostro me enseña a mí todo cuanto mi corazón necesita para acercarme a mis hermanos más débiles y vulnerables.

Me basta mirar, Maestro, a tu cabeza para que se me apague mi inmenso orgullo y se encienda en mí el deseo de ser humillado. Me estremezco, Señor, cuando pienso que yo mismo te he escupido en tu rostro, y que he arrojado sobre ti la basura de mis deseos negativos. Oigo con sorpresiva admiración la primera palabra de tus labios en la cruz: “Padre, perdónale ...”. ¡Gracias Señor por tu perdón!
 

P. Félix Ramos, c.p.