¡Oh María! la Amada del Cantar de los cantares ve a su Amado (es tu Hijo) que llega saltando “de colina en colina” (Cant 2, 8), se alegra en su corazón y le pide que “la bese con los labios de su boca” (Cant 1, 1 y ss); el ángel Gabriel viene a ti y te sorprende: “Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo” (Lc 1, 28), te turbas, el Espíritu Santo te toma y sientes en tu seno “movimientos” del que viene a traer un Reino de amor sin fin, y te dispones a obrar “según su Palabra”.
¡Oh María! ves a tu Hijo nacer sin techo, sin cuna, y le crees divino; le ves naciendo en el tiempo y le crees eterno; le contemplas perseguido y le proclamas dueño de todo lo creado; Él, que es la vida, se moriría si tú no le alimentas; Él, que ha creado el sol, tirita de frío; le ves aprendiendo a leer y escribir y le intuyes Sabiduría de Dios. ¡Qué colinas! ¡Qué montes! ¡Qué saltos!
¡Oh María! Tú crees ciegamente, te fías porque amas. El amor expulsa la duda, el temor. La fe no engendra evidencia, sino seguridad. Es un encuentro con Dios y su Palabra.
¡Oh María! Hoy no te pido que yo comprenda, sino que, como tú, me fíe; como tú, le dé mi voto de confianza. Y así escucharé, como tú, “¡Dichosa tú porque has creído!” (Lc 1, 45).
Señor, Protagonista de este adviento de pandemia, yo quiero que Tú obres en mí libremente y que tu Palabra me lleve y me traiga sin resistencia mía, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras, me ofrezco a la responsabilidad y al amor doloroso, como se ofreció tu Madre. Cada uno de nosotros está llamado a “engendrar” a Dios por el mundo, como María. Así sea.