Semana Santa


Hay una semana en el año cristiano en que, por única vez, el centro de la liturgia de la Iglesia no es la Eucaristía, sino la cruz; o sea, no el sacramento, sino el acontecimiento; no el signo, sino lo significado. En el corazón de la semana -Viernes Santo- no se celebra la Misa, sino que se contempla y se adora con solemnidad al Crucificado.

Este semana decanta en todas las Iglesias cristianas y recorre por nuestras calles y ciudades una gracia muy especial…la Santa Cruz, gracia que en Andalucía y España la extendemos por todos los pueblos, en procesiones y viacrucis que huelen a cera e incienso; los tambores acompasados y las saetas doloridas hacen que “resplandezca el misterio de la Cruz”, como canta un venerable himno de la liturgia.

Para el pueblo judío, el día más santo del año es el Yom Kippur, es decir, el día de la “Gran Expiación”. También el pueblo cristiano tiene su Yom Kippur, su día de la Gran Expiación, y ese día es su Viernes Santo. Lo hemos proclamado en la segunda lectura, con las palabras de la carta a los Hebreos: Tenemos un sumo sacerdote grande que ha entrado en el santuario una vez para siempre, “con su propia sangre”, no ya en figura sino en realidad, la Gran Expiación, no ya de los pecados de una sola nación sino “del mundo entero”.

En la aclamación al Evangelio, que es un cántico de meditación, se sintetiza la historia de la pasión de Jesús y se proclama su exaltación:

“Cristo, por nosotros,

se sometió incluso a la muerte,

y una muerte de cruz;

por eso Dios lo levantó

sobre todo y le concedió

el Nombre-sobre-todo-nombre”

(Flp 2,8-9).


F.R.L <feralo34@hotmail.com>