... mis pies."
Estos son las dos extremidades inferiores humanas para sostener el cuerpo y andar. Detengamos nuestros ojos en los pies de Cristo y meditemos en ellos según la dirección que tomaron en vida y el trato que recibieron, cuyo elenco decantamos de forma litánica:
Pies de pastor, los que entran por la puerta en el aprisco y con sus dedos -desnudos- santifican el suelo humilde.
Pies de seguridad, que el río Jordán ciñera con las aguas de su caudal como a una presa de ancla de eternidad.
Pies firmes, los que posan sus plantas sobre los guijarros del cauce, surco de la Madre Tierra, que los recibe y acaricia.
Pies de misionero, los que vistió el polvo de los senderos de Cafarnaún, Betsaida y Corozaín, que los recibieron con amor.
Pies itinerantes, los que bañados de hierba corrían -ligeros- entre pedruscos, con el rocío o la propia sangre, tras la oveja descarriada.
Pies acariciados, los que la Magdalena bañó con sus lágrimas de amor y enjugó con sus cabellos perfumados .
Pies lavados, los que el mar de Tiberíades bañara con sus ledas ondas al morir en las orillas salpicadas de espuma blanca.
Pies ascendentes, los que escalaron el monte Tabor e hicieron temblar de amor a las rocas, que brillaban de blancura.
Pies ensangrentados, los que garrapiñados con la sangre sacada por los clavos la dieron a beber al suelo sediento.
Pies de sembrador, los que el suelo de siembra quiso endoblar, sin conseguirlo, con su escabroso piso y prepararon la tierra.
Pies universales, también los de tantos caminantes que, sin rumbo ni tino querían escapar de la muerte y que -resignados y sumisos- se fueron a la muerte sin hacer huella.
Nuestros ojos ensalzan la sangre que envuelve, moja, lava y garrapiña los pies de Cristo , que a todos nos llevan al Reino de Dios. ¡Aleluya! Félix Ramos Lores, c.p.