SEGUNDA REFLEXIÓN DE CUARESMA

Dios nos ama desde toda la eternidad. "Nos eligió antes de crear el mundo" (Ef 1, 4). Y nos ha manifestado su amor en diversos tiempos, en distintas ocasiones, de diversas maneras, en la creación, por los profetas, y últimamente por el envío de su Hijo (Hb 1, 1). "Tanto amó al mundo que le envió a su Hijo" (Jn 3, 16).

Con Jesús Dios nos habla, sin intermediarios, de cerca, en persona, desde dentro de nuestra condición humana, desde nuestros sufrimientos, desde la cruz.

Pablo de la Cruz, el fundador de la Familia pasionista, lo dice así: "La Pasión de Cristo es la mayor obra del amor de Dios". "En la cruz está todo".

Nosotros lo podemos meditar de la siguiente manera: Toda acción de Jesús es de valor universal. El hecho de la curación del ciego de nacimiento fue admirable, pero ¿en qué benefició a todos los ciegos del mundo? La resurrección de Lázaro fue algo sobrenatural, pero ¿en qué benefició a los muertos por el pecado? La multiplicación de los panes fue sorprendente, pero ¿en qué benefició a los que padecen hambre en el mundo?

En cambio, el amor que nos manifestó en su Pasión iluminó a todos, nos liberó de los pecados, redimió a todos los hombres.

Contemplemos en oración silenciosa el gran misterio de amor manifestado en la vida, pasión, muerte y resurrección de N. S. J. C.

La actitud hacia el mundo que Jesús propone a sus discípulos está encerrada en dos preposiciones "estar en el mundo sin ser del mundo" (Jn 17, 11.16). No ser del mundo significa, permaneciendo en la tierra, observar la justicia y la sobriedad, renunciar a los vicios y no al uso de los alimentos
(R. Cantalamessa).
                                                    Félix Ramos, C.P.