ORACIÓN

VIERNES SANTO

L A  C R U Z 

El día más santo del año para el pueblo judío es el Yom Kippur, el día de la gran expiación. También el pueblo cristiano tiene su Yom Kippur, su día de la Gran Expiación. Este día del año es el Viernes Santo. Este día, por única vez, el centro de la liturgia de la Iglesia y su momento culminante no es la Eucaristía, sino la Cruz, o sea, no el sacramento, sino el acontecimiento; no el signo, sino lo significado. Nace la adoración de la cruz. No se celebra la Misa, sino se contempla y se adora al Crucificado.

Los amores del cristianismo son cuatro: la Palabra, la Eucaristía, la Virgen María y la Cruz. HOY, Viernes Santo (el centro de la Semana Mayor) circula por nuestras calles una gracia muy especial: "Resplandece el misterio de la Cruz", así canta un memorable himno de la liturgia desde el siglo VIII.

La cruz, signo de sufrimiento, ignominia y muerte, ha pasado a evocar nuestra salvación. Dios no se ha manifestado sólo con palabras y preceptos, ha entrado de manera visible en la humanidad "en la faz de cristo" (Col 1, 26). ¡Y ese Hombre-Dios cuelga de una cruz!

La cruz es su máquina de acción . Es en la cruz donde cumple su misión suprema y se hace Mediador y Salvador. El culmen de la redención tiene en la cruz su momento culminante.

Por eso, el carisma de la Familia Pasionista es acercarse a la cruz de los "crucificados de hoy" y vivir y proclamar a Cristo Crucificado como Señor y Salvador. ¡El Resucitado! 
 
                                                                       P. Félix Ramos, C.P.

TERCERA REFLEXIÓN CUARESMAL

EL CIERVO 

La Biblia y la Tradición se complacen, con frecuencia, en hablarnos de la realidades divinas y, en concreto de Jesús como Hijo de Dios, por antinomias, es decir, por opuestos, a veces contrarios. Así, a Jesús le designan como León (de Judá) / Cordero (de Dios), ciervo / pelícano, etc. por alguna cualidad en ellos.

Nosotros HOY, en nuestra tercera reflexión cuaresmal, vamos a poner los ojos en el "Ciervo", mamífero rumiante, cérvido, casi del tamaño del asno, pero más esbelto y ligero, de color pardo y rojizo en verano y gris en invierno, asustadizo y casi siempre sediento.

En los textos bíblicos es símbolo de ideas morales y, para los primeros cristianos, es emblema de Jesús, encontrado en múltiples monumentos arqueológicos, documentos literarios y libros litúrgicos.

Nosotros vamos a ver en él a Cristo, herido por nuestros pecados, cruzando la calle de la amargura, marchando moribundo de sed por la sangría nocturna, con la cruz a cuestas, hacia la cima del Gólgota, abrevadero celeste, como ciervo que va a morir al matorral nativo, protagonista del drama del calvario.

Vamos a oír su grito en la cruz: "Tengo sed" (Jn 19, 28), sigamos -él a la cabeza y muerto de sed- por las huellas de sangre en busca de la fuente de vino que no se agota, hasta beber de la blancura de ese corazón -abrevadero de agua de vida eterna- , y confesar con tofos los hombres que Jesús cambia en vino de Caná el agua viva de Sicar, que apaga para siempre la sed.

Este trueque místico aplaca y deja atrás la sed de nuestras almas "samaritanas de seis maridos", locas concubinas de inteligencia artificial, que nos hincha y no conforta.
                                                                            P. Félix Ramos, C.P.

SEGUNDA REFLEXIÓN DE CUARESMA

Dios nos ama desde toda la eternidad. "Nos eligió antes de crear el mundo" (Ef 1, 4). Y nos ha manifestado su amor en diversos tiempos, en distintas ocasiones, de diversas maneras, en la creación, por los profetas, y últimamente por el envío de su Hijo (Hb 1, 1). "Tanto amó al mundo que le envió a su Hijo" (Jn 3, 16).

Con Jesús Dios nos habla, sin intermediarios, de cerca, en persona, desde dentro de nuestra condición humana, desde nuestros sufrimientos, desde la cruz.

Pablo de la Cruz, el fundador de la Familia pasionista, lo dice así: "La Pasión de Cristo es la mayor obra del amor de Dios". "En la cruz está todo".

Nosotros lo podemos meditar de la siguiente manera: Toda acción de Jesús es de valor universal. El hecho de la curación del ciego de nacimiento fue admirable, pero ¿en qué benefició a todos los ciegos del mundo? La resurrección de Lázaro fue algo sobrenatural, pero ¿en qué benefició a los muertos por el pecado? La multiplicación de los panes fue sorprendente, pero ¿en qué benefició a los que padecen hambre en el mundo?

En cambio, el amor que nos manifestó en su Pasión iluminó a todos, nos liberó de los pecados, redimió a todos los hombres.

Contemplemos en oración silenciosa el gran misterio de amor manifestado en la vida, pasión, muerte y resurrección de N. S. J. C.

La actitud hacia el mundo que Jesús propone a sus discípulos está encerrada en dos preposiciones "estar en el mundo sin ser del mundo" (Jn 17, 11.16). No ser del mundo significa, permaneciendo en la tierra, observar la justicia y la sobriedad, renunciar a los vicios y no al uso de los alimentos
(R. Cantalamessa).
                                                    Félix Ramos, C.P.