Segunda reflexión cuaresmal

DESNUDEZ

Con la mirada puesta en Jesús Crucificado, contemplamos, en silencio, su triple desnudez: la de su nacimiento en Belén (Lc 1, 36), la de su cruz con sangre y la de su vuelta al Padre con luz.

En la primera Jesús se muestra a los pastores con velo de mantillas sobre el tronco del pesebre, mientras que los ángeles cantaban ¡Gloria y Paz!.
 
En la segunda, desnudo sobre el tronco de la cuz, deslumbra al Sol (su Padre) que apaga su fulgor ante la Luna de Dios (el Hijo) ensangrentada. Le recordamos a Cristo que él era la luz de los hombres, y que, al morir, se quedan a oscuras, y que su muerte es oscuridad de incendio, o sea, tiniebla abrasadora de amor, en la que late la luz de la resurrección; más aún, es corona de desencarnación y cumplimiento de obediencia que le hace encarnarse de nuevo.

Seguimos historiando, con más silencio si cabe, la segunda desnudez de Cristo, desde el Sí de la Esclava del Señor -Madre sumisa- , y la Palabra que es la Vida se hace alumbrar en cuerpo en los vivientes -crucificados de hoy- y se envuelve en pañales. Y esa Palabra, al ir a la muerte, dice: "Hágase tu voluntad", y, al desnudarse la Luna del Espíritu, queda en cueros la eterna oscuridad de Dios -cuerpo desnudo y sin engaño- ¡el Crucificado!

En la tercera desnudez, retrotraemos nuestro pensamiento al susto de Adán al verse desnudo que le obliga a hacerse delantales con hojas de higuera y muestra la desnudez inocente de Cristo, cuyo resplandor limpia la mancha "vieja" que se borra a su blancor, cuando -desnudo- vuelve al Padre, como salió de él, radiante de luz. En contraste, contemplamos cómo -abajo- se reparten sus vestidos, no su desnudez, que es la que salva, y ensalzamos la cabellera del Nazareno que corona su cabeza, sobrevestido de nuestra muerte, para clausurar nuestra meditación con la siguiente epifonema oracional: ¡Que la Vida lleve lo que en nosotros es aun mortal! 
P. Félix Ramos, C.P.